miércoles, 22 de febrero de 2012

II.

Gritaba su nombre en la oscuridad de la noche. Las hojas secas de los robles crujían bajo mis pies y un viento gélido se coló por mi nuca haciéndome dar un respingo. La luna llena observaba mi desesperación desde hacía rato, y yo me preguntaba porqué la condenada no iluminaba más el maltrecho camino para poder encontrarla y volver a la seguridad de nuestra casa. Tras muchos pasos en falso y varios rodeos, oí un grito en la profundidad del bosque. Era ella, tenía que serlo.
Corrí hasta que mis pulmones se ahogaron y mis piernas empezaron a flaquear. Corrí hasta que mi corazón explotó y dejó de latir. ¿Y qué hice después? Seguí corriendo.

martes, 14 de febrero de 2012

Marinero, ¿dónde está tu mar?

Conocí el mar en el invierno de 1945 en una bahía del Caribe. Se llamaba Judith y apenas llegaba a los veintiún años. 
Fue entonces, en cuanto la vi, cuando un remolino comenzó a crecer en el ambiente, envolviéndome con la frescura con la que sus largas y finas piernas se movían, y no demoré demasiado tiempo en caer en su interior.
No recuerdo bien si fue la luna que estaba demasiado alta, o si fue el alcohol que nos bebíamos a grandes tragos sin pensarlo, lo que hizo que aquella apacible noche de Diciembre, aquella guapa enfermera de la que pocos recuerdos me quedan, acabase en mi cama. En cambio, jamás se ha ido de mi memoria la sensación de ahogo que sentí cuando las olas doradas de su pelo me envolvieron, agitando por primera y única vez los latidos de mi maltrecho corazón.

martes, 7 de febrero de 2012

I.

- Creí que nunca volvería a verte. - Dijo ella con voz aún temblorosa. Yo la miré fijamente, aturdido como estaba, desde el otro lado del cristal. Ella cerró los ojos esperando mi respuesta, esperando encontrar la calma que ninguno de los dos había conseguido reunir todos estos años.
Desde ese ángulo podía observar su menudo cuerpo, sus pies fríos y las venas que recorrían sus pálidos antibrazos. Parecía tan frágil allí tumbada, con los ojos clavados en algún punto del techo de aquella sala, que sólo pude llorar en silencio mientras recordaba la vitalidad que crecía dentro de su cuerpo desde niña.