miércoles, 22 de febrero de 2012

II.

Gritaba su nombre en la oscuridad de la noche. Las hojas secas de los robles crujían bajo mis pies y un viento gélido se coló por mi nuca haciéndome dar un respingo. La luna llena observaba mi desesperación desde hacía rato, y yo me preguntaba porqué la condenada no iluminaba más el maltrecho camino para poder encontrarla y volver a la seguridad de nuestra casa. Tras muchos pasos en falso y varios rodeos, oí un grito en la profundidad del bosque. Era ella, tenía que serlo.
Corrí hasta que mis pulmones se ahogaron y mis piernas empezaron a flaquear. Corrí hasta que mi corazón explotó y dejó de latir. ¿Y qué hice después? Seguí corriendo.